*Un blog de Luis Mario Rodríguez

Director Departamento de Estudios Políticos

Originalmente publicado en El Diario de Hoy


Las elecciones de los Estados Unidos nos confirman que la forma de evaluar a la democracia sigue en constante evolución. También nos muestran que la estrategia de tildar como fraudulentos los procesos es una táctica que continúa arraigándose en los sistemas políticos. La personalización de la política y el populismo han encontrado un hueco en el que persiste el acorralamiento de las democracias.

Sin importar quién gane la contienda, los que pensaron que las protestas raciales, el pésimo manejo de la pandemia, la política exterior, la situación económica y la política migratoria harían la diferencia y significarían una amplia ventaja para Biden, se equivocaron. Trump acumuló más seguidores durante su período al frente de la Casa Blanca.  También erraron los que creyeron que el candidato demócrata sería un rival fácil de vencer. Contra su candidatura no pudieron ni la sombra de Obama ni las acusaciones de presunta corrupción de su hijo ni los constantes señalamientos a su “falta de incidencia” en 47 años de ejercicio de la política ni que, de ganar las elecciones, sería el presidente norteamericano de mayor edad en todos los tiempos. Resulta que se convirtió, según sondeos preliminares, en el candidato más votado en la historia de ese país.

Lo cierto es que, ante los arrebatos de los candidatos, ansiosos por declararse vencedores, lo único relevante es la solidez de las instituciones. Sin un sistema de frenos y contrapesos la democracia está condenada a fracasar. Se impondría el caos y la anarquía y la representatividad que se busca en las urnas se vería empañada por la falta de veracidad de los resultados. El recuento de votos y la intervención de los tribunales de justicia son cauces institucionales que los Estados deben preservar y fomentar para revestir de legitimidad e integridad a los procesos electorales.

Si la victoria es por un estrecho margen y no se reconoce el triunfo por el otro candidato o no hay un claro ganador, iniciaría un proceso de verificación. Los equipos disputarían votos y recuentos en estados clave. Por ley los estados tienen hasta el 8 de diciembre para dar a conocer los resultados oficialmente. El caso podría llegar a la Corte Suprema. Donald Trump ha evitado decir si reconocerá la derrota.

Por otro lado, las redes sociales están asumiendo un papel imparcial y orientador en elecciones disputadas. La política de publicaciones de Twitter, por ejemplo, restringió información falsa, tendenciosa o especulativa. En varios de los tuits de los seguidores de Biden y Trump, y en determinados mensajes de este último, Twitter advirtió a los lectores que “alguna parte o todo el contenido compartido en este Tweet ha sido objetado y puede ser engañoso respecto de cómo participar en una elección u otro proceso cívico”. Los árbitros electorales deben atender con prontitud este dilema. Si callan, se impondrá la mentira y la consecuencia inmediata será el falseamiento de la voluntad de los electores que votarían persuadidos por los embustes de los candidatos. El Brexit es un caso de estudio en este sentido.

Sin importar el vencedor, la elección en los Estados Unidos nos muestra que el populismo avanza con vigor y sin retadores hasta en las democracias más consolidadas. En las campañas abunda la retórica que busca encender el ánimo de propios y extraños. La idea que todo surgió a partir del nuevo gobierno y que el pasado fracasó por completo gana terreno entre la población. Ciertamente la falta de apoyo a la democracia, el sentimiento de insatisfacción que genera entre la gente y la indiferencia con el tipo de régimen que gobierna a los ciudadanos deben ser entendidos como la consecuencia y no como la causa de la desinstitucionalización del sistema. El origen es otro. Se descuidaron las demandas sociales, se arraigó la corrupción en las instituciones públicas y los partidos no renovaron sus liderazgos ni promovieron la transparencia. El efecto lo vemos con claridad en el debilitamiento de las instituciones y en la falta de apego a la cultura de la legalidad. Cuanto más se prolonguen aquellos vicios, las elecciones continuarán siendo el escenario del “todo o nada” y nos mantendremos constantemente vigilantes, pensado en el corto plazo, sin una visión de futuro, a la espera que los populistas apliquen otra medida inmediatista que siga erosionando el sistema republicano.