Originalmente publicado en la revista El Economista, edición junio 2023.
El surgimiento reciente de herramientas como ChatGPT, ha despertado muchas inquietudes sobre el futuro de la humanidad. Esta herramienta pertenece a la empresa OpenAI vinculada con Microsoft, y consiste en un modelo de inteligencia artificial basado en el lenguaje, que es capaz de responder a preguntas o solicitudes de tareas, como si fuera realizado por un ser humano. Por ejemplo, si a ChatGPT se le pide que haga un ensayo de la historia del siglo XX en El Salvador en cinco páginas, en cuestión de segundos entrega la tarea, redactada de una forma como si lo hubiera escrito una persona.
Otras empresas se han unido a la competencia por desarrollar estas tecnologías que pueden desplazar a las empresas dominantes del internet, y convertirse en los nuevos titanes de los negocios. Así, Google está desarrollando el chatbot llamado Bard; y el buscador más grande de China, Baidu, está desarrollando Ernie. Pero también hay otros, que puede hacer dibujos, imágenes o vídeos que parecen fotografías reales.
Esta competencia, con el interés de dominar el futuro mercado de la tecnología está yendo demasiado rápido, y está dejando por un lado los peligros que puede traer a una sociedad que ya es bastante frágil. Esto es algo que lo advirtió el fundador del Foro Económico Mundial, Klaus Schwab, en el libro “Configurando la cuarta revolución industrial” (Shaping the Fourth Industrial Revolution), en el que menciona que estas tecnologías no son una simple extensión de las tecnologías del pasado, sino que van a transformar completamente la vida como la conocemos.
Entre los peligros que se mencionan con el desarrollo de los modelos más recientes de inteligencia artificial, destacan: proliferación de información falsa, escrita de forma que parece muy convincente; construcción de eventos por medio de fotografías y vídeos, elaborados para difamar a las personas; mayor control del Estado sobre los ciudadanos; restricción de libertades individuales; pérdida de empleos con tareas repetitivas que requieren lenguaje, como servicios jurídicos; traducción de documentos, etc. Al darse una eliminación masiva de empleos, las mismas empresas encontrarían dificultades para vender sus productos, pero también incrementaría la desigualdad de los ingresos en las sociedades.
Sin embargo, como menciona Klaus Schwab en el citado libro, esto no tiene que ser así, debe buscarse la forma de involucrar a todos los actores afectados por estos cambios, para que la tecnología esté al servicio de las personas, y no al contrario. Igualmente, Daron Acemoglu y Simon Johnson, en un nuevo libro pendiente de publicar, “Poder y Progreso: Nuestros 1000 años de conflicto entre la tecnología y el progreso” señalan que, así como lo mostró Henry Ford, se puede utilizar la tecnología para que se beneficien todos, y exista una población trabajadora que puede adquirir los bienes y servicios que se producen.
Se requiere un liderazgo mundial proactivo, para que este sea el mejor camino, y no el que aparentemente se está siguiendo en este momento.