El espectacular éxito de Singapur le convierte en un modelo atractivo que muchos países quisieran imitar. En 1965 esta pequeña ciudad-Estado asiático tenía un producto interno bruto (PIB) per cápita 1.7 veces más alto que el de El Salvador; en 2020 era 17.2 veces más grande, evidenciando dos velocidades completamente diferentes. Esto ubica actualmente a Singapur en la posición 13 entre 213 países en el mundo, y a El Salvador en la posición 131.

El pequeño archipiélago, al sur de Malasia, considerado uno de los tigres del desarrollo del sudeste asiático, tiene un modelo que Edgar Schein, profesor del MIT (Massachussets Institute of Technology), acuñó como “pragmatismo estratégico”, y va más allá del estereotipo de una dictadura que a fuerza bruta sacó el país adelante, y no es algo que se pueda imitar como si hubiera una receta para el desarrollo.

Superando la visión estereotipada de acuerdo con Schein, el modelo de desarrollo de Singapur se centró en dos pilares: su contexto cultural que proporcionaba una visión a largo plazo, conformado por el “pragmatismo estratégico”, y su impecable capacidad de ejecución con el enfoque de una “organización que aprende”.

El “pragmatismo estratégico” daba la visión de atraer grandes inversiones, comprometidas a quedarse e invertir en su país. El gobierno estaba dispuesto a invertir en sectores estratégicos a los cuales había que apostarles para competir globalmente. La estabilidad política se veía como una necesidad para el desarrollo, por la cual, a pesar de la firmeza de los controles, buscaba proactivamente la distensión de los conflictos. La visión compartida exigía, también, que todos los sectores colaboraran hacia el fin de construir una nación, promoviendo acuerdos entre sectores público, privado y laboral; se invertía en construir las habilidades para alcanzarlos. El principal atractivo para la inversión era un servicio civil competente e incorruptible. Y ponía al ser humano al centro del desarrollo, apoyando el pleno empleo, vivienda para todos, una lengua oficial (el inglés) y un programa de becas para un servicio civil, que ganaba salarios competitivos.

La ejecución de la visión estaba, y aún lo está, liderada por el Consejo de Desarrollo Económico (EDB, por sus siglas en inglés), bajo el concepto de una “organización que aprende”, es decir, que se van experimentando las acciones y se corrige rumbo cuando no funcionan. El EDB se fundamenta en un pequeño equipo, cada miembro contribuyendo al máximo de sus habilidades y en coordinación con todas las entidades estatales para convencer a las mejores empresas del mundo a invertir en Singapur, tratándolos como socios y amigos, hablando su mismo idioma, en lenguaje técnico, listos para resolver problemas colaborativamente, construyendo confianza, y cero corrupción.

Si cuando se hace referencia a Singapur se cree que la mano dura desarrolla un país, existe una gran equivocación. Mientras haya corrupción, no se respete la ley, se viole la constitución, los funcionarios sean incompetentes, asusten a los inversionistas con cambios erráticos en las leyes, sin una visión de país, y con alta inestabilidad política, El Salvador seguirá igualmente 56 años a la zaga. El Salvador debe crear su propio modelo aprendiendo de las mejores lecciones de cada país y partiendo de su propia realidad, pero jamás copiando prácticas antidemocráticas.