Editorial publicado en la edición del mes febrero de la revista El Economista.


Una baja inflación es un objetivo de la política económica. En respuesta a la pandemia, la Reserva Federal de Estados Unidos amplió de manera acelerada sus instrumentos de política, redujo las tasas de interés para prestar a los bancos y ofreció varios instrumentos para que las empresas pudieran acceder a más créditos, generando una aguda expansión de la oferta monetaria. Consecuentemente, la recuperación posterior al COVID-19 sorprendió con uno de los periodos de aumento de la inflación más pronunciados desde la década de los setenta, cuando el mundo experimentó una ola de inflación, influenciada por el encarecimiento de los precios del petróleo.

La política monetaria desempeña un papel para enfrentar la inflación. Ante el ascenso de los precios, la mayoría de los bancos centrales del mundo realizaron un súbito aumento de las tasas de interés para reducir la masa monetaria.

Los esfuerzos de la institucionalidad del sistema monetario han cosechado frutos. Las estadísticas más recientes indican un declive en la tasa de aumento de los precios. Según la más reciente divulgación de la Oficina de Estadísticas Laborales, el cambio de doce meses en el crecimiento de los precios en Estados Unidos, pasó de 9.1% en junio de 2022 a 3.1% en enero de 2024. Simultáneamente, en El Salvador, la inflación en el primer mes del año alcanzó 1.2%, porcentaje mucho más bajo, comparado con el 7.8% de junio de dos años atrás. De hecho, este valor representa el nivel inflacionario más bajo registrado después de la pandemia.

Sin embargo, tras revisar 100 episodios de alta inflación, un estudio del FMI—One Hundred Inflation Shocks: Seven Stylized Facts—señala la importancia de observar dichos resultados con cautela. Entre sus conclusiones indica que la mayoría de los aumentos de precios requirió años para retornar a sus niveles anteriores, evidenciando la persistencia de este fenómeno.

En este mismo sentido, existen otros factores por el lado de la oferta que pueden influir en la evolución de los precios. Uno de los catalizadores de la disminución de la inflación ha sido el precio de la energía, que disminuyó significativamente. Por ejemplo, en Estados Unidos, entre sus componentes a enero de 2024, el precio del combustible experimentó un declive del 14.2%; según el registro en El Salvador, dicho rubro decreció 3.7%; sin embargo, es importante señalar que esta situación podría cambiar en el futuro.

Una publicación reciente del Fondo Monetario Internacional advierte sobre persistentes amenazas que podrían revertir el declive en el valor de la energía, como  tensiones geopolíticas en Oriente Medio y la guerra en Ucrania podrían afectar nuevamente los precios de los combustibles y el paso por el canal de Suez; a lo que se suma la sequía en el canal de Panamá, que dificulta el comercio interoceánico de mercancías, influenciando el precio promedio del traslado de contenedores de 40 pies; durante febrero 2024 el precio del envío por contenedor alcanzó $3,786; cuando en diciembre 2023 se ubicaba en $1,521; lo que implica un ascenso de más del doble.

En suma, a pesar del descenso en la inflación, diferentes riesgos evocan a mantener medidas para convivir con el ascenso de los precios, el cual podría volver a sorprender.