*Un blog de Luis Mario Rodríguez
Director Departamento de Estudios Políticos
Originalmente publicado en El Diario de Hoy
Las convicciones están a la venta. Los gobiernos y los candidatos miden su efecto electoral y las convierten en banderas políticas según los cálculos de sus asesores. A la popularidad como instrumento para concentrar más poder se suma ahora el rapto de los principios democráticos y el de las libertades individuales.
Los candidatos se apresuran a etiquetarse, por un lado, como “provida”, católicos y conservadores; y, por el otro, como “pro choice” (derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo), protestantes y liberales. Otros políticos prefieren a los animales. El maltrato a los caninos, los felinos o cualquier otra especie, debe ser castigada. Y así lo anuncian en sus redes sociales. Los principios y las creencias forman parte de la estrategia electoral. Mueven emociones, fijan ideas y promueven prejuicios en contra de quienes piensan diferente.
El resultado de esta puesta en escena es una total incertidumbre. La mentira suele ser la protagonista de la obra. La falta de auditoría ciudadana exonera de toda culpa a los embusteros. Se trata de tácticas para ganar elecciones. Este no es un fenómeno nuevo. En el pasado utilizaron este tipo de maniobras Fidel Castro y Daniel Ortega. Así triunfaron sus movimientos revolucionarios. Luego traicionaron a sus seguidores, renunciaron a los ideales que prometieron impulsar y terminaron imitando a quienes antes combatieron. Ni Somoza ni Batista lo habrían hecho mejor.
A los electores les corresponde hacer su tarea. Deben formarse e informarse. No pueden ser individuos ajenos al funcionamiento del Estado ni ignorar las reglas mínimas que ilustran al juego democrático. Es necesario transformar a la población en “ciudadanos sofisticados”, hombres y mujeres que adquieren información y exigen cuentas a sus gobernantes. La educación es uno de los blindajes más efectivos contra los gobernantes autoritarios. También lo son el funcionamiento independiente de las instituciones de control, la libertad de prensa y la defensa internacional de la democracia.
Los principios y las libertades no son negociables ni deben estar sujetos a lo que Joseph Ratzinger, el papa emérito, denominó como “la dictadura del relativismo”. Candidatos y gobernantes deben ser consecuentes. La coherencia de vida es la mejor carta de presentación de un líder. También es el elemento más eficaz para medir su honestidad. Si no hay congruencia entre lo que dicen y lo que hacen simplemente no pasan la prueba, aplazan y debe impedírseles a toda costa que accedan a un cargo público.
En los últimos quinces meses las contradicciones se han desbordado en el país. El Ejecutivo propone estudiar reformas a la Constitución y al mismo tiempo quebranta el principio de separación de poderes, incumple sentencias de la Sala de lo Constitucional y rechaza todo tipo de diálogo con los grupos parlamentarios. El presidente asegura que existe libertad de prensa pero los medios críticos son objeto de acoso fiscal y de discriminación en la distribución de la pauta publicitaria. Los periodistas que han encabezado investigaciones de presunta corrupción son víctimas de terrorismo digital. Se habla de transparencia pero varios ministerios obstaculizan el acceso a la información pública. No existe correspondencia entre los discursos de los funcionarios y sus actuaciones en el terreno de lo público.
El engaño, la hipocresía y la calumnia están ganando espacio en la esfera política. La desinformación contribuye a multiplicar exponencialmente cualquier tipo de embuste. No hay nada de malo en que un político exprese sus credos e ideales. Luego debe gobernar y representar a todos, incluso a los que no piensan como él. Lo absolutamente inaceptable es que un representante electo haya conseguido la victoria en las urnas en base a falsedades y a la manipulación de la verdad. Y peor aún que gobierne seduciendo a los ciudadanos a través de la ficción, que este método le ayude a promover el odio y que finalmente el resultado se traduzca en más violencia.
Otra solución puede ser que las organizaciones ciudadanas verifiquen y hagan pública la trayectoria, las afinidades y vinculaciones de los aspirantes a cargos de elección popular, lo mismo que sus declaraciones y los datos que anuncian en las conferencias de prensa. Sin embargo, mientras la población siga indiferente, alejada del quehacer de sus representantes y apática ante las falacias que estos expresen, sin importar el nivel de descaro con el que las dicen, continuaremos robusteciendo la tríada oscura del liderazgo: la antipolítica, el clientelismo y el populismo.